Comentario
Al mismo tiempo que se levantaban las construcciones señaladas, en la catedral de Burgos se trabajaba en dos obras de tan especial categoría y singularidad que, junto con la torre de la parroquia de Santa María del Campo, pueden servir para definir toda la arquitectura del período, aunque sus propias características las convierten en obras excepcionales e irrepetibles. Nos referimos al Cimborrio y la Escalera Dorada, en la catedral burgalesa.
La Escalera Dorada es la primera obra, y la única de arquitectura, que Diego de Silóe realiza en Burgos inmediatamente después de su vuelta de Italia. Se comenzó el año 1519, por encargo del obispo don Juan Rodríguez de Fonseca, cuando Francisco de Colonia, desde el año 1516, trabajaba en la construcción de la puerta de la Pellejería, cuyo vano condicionaba en anchura el proyecto de Diego de Silóe; del mismo modo que la puerta de la Coronería marcaba la altura, es decir, Diego de Silóe se enfrentó al problema arquitectónico extraño no de crear un volumen, sino de llenar un volumen de dimensiones predefinidas. Lo resolvió mediante la genial solución de diseñar un conjunto funcional múltiple, preparado para desempeñar la función primaria de escalera, que queda un tanto enmascarada, por los arcosolios para alojar un altar o sepulturas y, en el remate, una especie de púlpito o ambón saliente que evoca la predicación.
La carencia de antecedentes y, por su invalidad, su condición de obra irrepetible han hecho que en la Escalera Dorada se haya considerado más la decoración que la solución arquitectónica. Aunque, ciertamente, la decoración de esta escalera supuso la introducción en Burgos de los elementos renacentistas italianos, interpretados conceptual y formalmente en forma adecuada, como corresponde a un artista de gran calidad que aprendió en las fuentes, razón por la que la Escalera Dorada, que en lo arquitectónico no tuvo imitaciones, se convirtió en el muestrario al que acudieron a inspirarse los artistas burgaleses posteriores, tal como se ve con machacona insistencia en retablos y obras arquitectónicas.
Nada extraño, por otra parte, cuando se compara cualquiera de los motivos de esta escalera con los que, al mismo tiempo, labraba Francisco de Colonia en la inmediata puerta de la Pellejería, que muestran las diferencias conceptuales y formales existentes entre los dos artistas, representantes de dos etapas artísticas del siglo XVI en Burgos, la protorrenacentista de Francisco de Colonia y la plenamente renacentista de Diego de Silóe. Esta, desgraciadamente, no tuvo continuadores adecuados, ya que, incapaces de desarrollar los conceptos arquitectónicos del maestro se limitaron a multiplicar los elementos formales decorativos.
La gran obra que centra la actividad arquitectónica de Burgos en el siglo XVI es la construcción, no reconstrucción, del Cimborrio catedralicio. Centro que ocupa incluso si se considera cronológicamente, ya que se extendió desde el año 1539 hasta el de 1569. En la noche del 3 al 4 de marzo del primer año citado, el primitivo cimborrio, obra atribuida a Juan de Colonia, se derrumbó totalmente. En la madrugada del mismo día 4 de marzo, el Cabildo catedralicio reunido en sesión de urgencia acordó "nemine discrepante" levantar un nuevo cimborrio, que superara en magnificencia al que acababa de desaparecer.
El Cabildo, al tomar su acuerdo, no olvidaba el gran caudal de dinero que la nueva obra requería, por lo que solicitó la ayuda de todos los burgaleses. El signo de los nuevos tiempos quedó fielmente reflejado en la respuesta dada por la ciudad y sus habitantes, hasta el punto de que, por primera vez, nos encontramos ante una obra aristocrática en grado superlativo en su forma y popular, en no menor grado, en su financiación, como demuestran las listas de los donativos aportados. Puede pensarse que el pueblo todo era consciente de que con esta actuación se trataba no sólo de devolver a la catedral su aspecto exterior, sino también de dejar constancia de la plenitud que la ciudad gozaba en estos momentos.
El proyecto del nuevo Cimborrio se ha dicho, sin fundamento documental alguno, que repetía el del anterior y que fue redactado por Felipe Bigarny, atribución que se hace considerando que era, ausente Diego de Silóe en Granada, el más capacitado de cuantos maestros trabajaban en Burgos. Nada puede probarse sobre tal intervención, y lo cierto es que nada sabemos sobre la semejanza entre este nuevo Cimborrio y el desaparecido, que creemos no existe. Lo único cierto es que la obra fue iniciada por Francisco de Colonia y Juan de Vallejo, quedando este último como único director al fallecer el primero el año 1542, cuando apenas si se habían levantado los recios pilares. En tanto no se encuentren datos probatorios en contra, es obligado considerar a Juan de Vallejo como el único autor de esta obra, que excede en mucho los aspectos meramente decorativos, tal y como se ha puesto empeño en mostrar, minimizando sus valores arquitectónicos.
La singularidad del Cimborrio catedralicio no radica en su concepción basada en un estilo arquitectónico puro, entendiendo como tal aquel que responden a unos cánones y reglas, que se consideran definitorios del mismo, y son visibles en las obras que a él se atienen. La personalidad del Cimborrio burgalés radica precisamente en todo lo contrario, al no responder a un único concepto estilístico, lo cual no quiere significar que carezca de él, si bien éste responde más que a un concepto a un ideario complejo. En éste se funden elementos procedentes de diversos estilos dando como resultado algo insólito, difícil de clasificar con los criterios rigurosos -por ello-, limitados y estrechos de un solo estilo, ya que no es gótico, mudéjar o renacentista únicamente, sino que participa de los tres estilos al mismo tiempo.
El resultado puede analizarse en formas diversas y, en consecuencia, puede ser juzgado como mezcla de elementos dispares o, por el contrario, fusión orgánica de dichos elementos. En ningún caso es lícito olvidar que todos los elementos que conforman y definen el Cimborrio eran elementos vivos, con radical y nada periférica vitalidad. El gran acierto de Juan de Vallejo fue recoger los diversos lenguajes artísticos -gótico, mudéjar, renaciente- y reflejarlos en el Cimborrio. De tal manera que, sin historicismo, ni recurrencia alguna, al mismo tiempo y sin pérdida de personalidad logró que su obra, volumen dominante de la catedral, encajara con los preexistentes -agujas de las torres y exterior de la capilla del Condestable- formando el conjunto material y visual que hoy contemplamos.
Otra obra de especial categoría, que completa la singularidad tipológica de las anteriores, es la torre de la parroquial de Santa María del Campo, comenzada por Diego de Silóe que al poco tiempo, el año 1528, se trasladó a Granada para no volver a Burgos. El proyecto de Diego de Silóe, elegido en el concurso al que también se presentaron Felipe Bigarny y Cristóbal de Andino, no se refleja exactamente en la torre actual, debido a las transformaciones introducidas, primero por su sucesor, el arquitecto Juan de Salas, autor del segundo y tercer cuerpos y, posteriormente, por el cuerpo octogonal del remate, hecho por Domingo de Ondátegui en el siglo XVII, en sustitución del anterior, derribado por el terremoto de Lisboa.
La idea de Diego de Silóe fue la de construir una torre adosada a la portada principal de la iglesia, de tal manera que el cuerpo inferior, único que él dirigió, se inspira en el arco triunfal romano de tipo quadrifrons, con acceso por los cuatro lados, uno de los cuales corresponde a la puerta de la iglesia. El segundo cuerpo, obra ya de Juan de Salas, está concebido como una tribuna de gran desarrollo. El juego de volúmenes de los distintos cuerpos contemplado en la distancia presta a la torre una gran elegancia, en tanto que, cuando se analizan de cerca, se advierten serias discrepancias entre los cuerpos inferiores trazados por Diego de Silóe y lo construido por su sucesor, si bien la presencia de las esculturas, que forman un completo programa iconográfico, y la visión en obligada perspectiva, contribuyen a paliar dichas diferencias.
Este mismo tipo de torre adosada a la fachada principal se adoptó en otros templos, pero sin decoración alguna, como vemos en la parroquial de Pampliega, localidad vecina a la anterior, de severo alzado.